EL CAMINO COMO PROCESO DE CAMBIO: LOS HILOS DE LA VIDA por Beatriz Miralles Corredor . Psicóloga y psicoterapeuta de Grupos.
Siento la vida como un largo
camino por el que cada cual vamos transitando, cada uno con su equipaje de
humanidad a la espalda: sus dudas, ilusiones, miedos, desdichas, amores,
desamores… Dolores , alegrías, confusiones y esperanzas.
Es un camino que sólo puede ser
andado por uno mismo, por cada uno de nosotros y en él se van encontrando
cruces de caminos, encrucijadas vitales donde nos vemos en el dilema de elegir
qué dirección tomar y hacia dónde queremos ir…
A veces la vida, trasformada en
camino pedregoso, nos llena los pies de ampollas, de heridas, que nos hacen
difícil avanzar en nuestra marcha o nos equivocamos de camino y acabamos en un
callejón sin salida del que no queda más remedio que volver atrás y reiniciar
otro en otra dirección, porque de nada sirve paralizarse o estrellarse una y
otra vez ante un muro inmenso e insalvable que hay al fondo del callejón y que
muestra pintado con letras desdibujadas la palabra “destrucción”.
En ocasiones podemos perdernos en
un bosque espeso, donde el trazo de la senda desaparece y confundimos la
dirección de nuestro camino. Todo nos parece igual, ir hacia el norte, hacia el
sur, hacia cualquier parte; y sólo estar atentos a las señales que aparecen en
nuestro caminar o encontrar a alguien en la senda que pueda señalarte ese tramo
del camino, parece dar respuesta a nuestro desesperado intento de salir de
allí.
Hay momentos en nuestra vida en
que nuestro mundo interior se resquebraja y necesitamos detenernos para
recomponer los trocitos de nuestra alma que está hecha jirones, o curar
nuestras ampollas para que no se infecten en la piel herida de nuestros pies…
Otras veces hay caminos que son
una interminable cuesta hacia las alturas y el sol, el viento o el frío acaban
por despellejar nuestra piel… Sin embargo qué belleza, paz y sentimiento de
plenitud pueden contemplarse, cuando por fin, con el aliento entrecortado y
ateridos de frío, avistamos la inmensidad del horizonte que la vida nos ofrece
con toda su amplitud.
Caminando un día sola, iba
pensando en los Hilos de la Vida. Pensaba que hay hilos oscuros que planean
sobre nosotros como para despedazarnos, anudarnos, atarnos, amordazarnos y que
disfrazados de mil colores tienen una tenebrosa existencia y un efecto dañino
en nuestras vidas…
Son hilos que tenemos que
aprender a distinguir dentro de la
maraña de hilos que nos enredan y nos confunden con su engañosa apariencia y
que necesitamos aprender a desanudar o cortar…
También pensaba en esos ”hilos
invisibles” que nos anudan o recomponen los trozos dispersos de la persona que
fuimos y tal vez de la que queremos llegar a ser, los hilos que nos unen, que
nos unifican, que nos rescatan de toda esa dispersión, y recuerdo que alguien
entonces me dijo, con toda la inmensidad de una fraternal mirada: “el hilo es
el Amor”, es ese hilo invisible pero enormemente poderoso que tiene la
capacidad de rescatarnos de las sombras y devolvernos la ilusión de vivir.
¿Pero cómo se distingue ese hilo
de los otros? Esta sería la pregunta que lanzaría a todos para que cada uno
intente contestarla. No es una pregunta fácil de responder, pero quizás en el
intento de descifrar ese gran enigma que es el Amor Humano, en la búsqueda de
su resolución, esté el verdadero sentido de nuestra vida, porque el pretender
encontrar la respuesta, implica al menos habernos aproximado a ella, o tal vez
el haberla podido vivir de alguna manera… Haber descubierto ese “hilo mágico”
que nos crea la ilusión de que todo lo une, todo lo recompone, todo lo acoge y
lo unifica... Y si el “todo” no es humanamente alcanzable, podemos quedarnos
con el “no todo”, quizás no todo lo une, ni lo recompone pero sí “bastante” como para dar sentido a
nuestra vida.
Escrito en el 2008 y publicado en
la revista “el Martes”n.4
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